Para gozo y disfrute de todos nosotros la industria del videojuego ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas. Lo que en un principio se perfilaba como actividad lúdica para una minoría de gente rara, a la postre se ha convertido en una industria del entretenimiento masivo, que factura a día de hoy cifras superiores a las del cine o la música. El videojuego no puede vivir mejor momento en cuanto a su impacto como negocio, aunque en cierta media adolece en nuestro tiempo de originalidad en sus concepciones.
Sin embargo, hay algo que el vertiginoso cambio en la industria del videojuego se ha llevado consigo en gran medida. Un lugar que fue durante unos años en nuestro país, sobretodo a principios de los noventa, casi un templo para cualquier aficionado. Hablo amigos, como no, de los salones recreativos. Aquellos museos de historia viva en los que todos nos hemos pulido las monedas de 25 pesetas como si de pipas se tratase, donde hemos compartido grandísimos momentos intentando superar ese juego antes de que se nos pelase el bolsillo, o donde simplemente nos deleitábamos siguiendo las grandísimas jugadas a espaldas del viciado de turno.
Sin ponerme mucho más melancólico y tras este breve tributo a las recreativas, hoy podemos decir que estamos de enhorabuena, una vez más gracias a los incombustibles bazares electrónicos de nuestras consolas que rescatan de vez en cuanto joyas de tiempos pasados, diamantes en bruto de nuestra memoria desempolvados para devolvernos a nuestra infancia. Como reza el dicho, no sabría decir si todo tiempo pasado fue mejor, pero al menos poder reencontrarme con un clásico como el que nos ocupa es sin duda una grata alegría.
Corría el año 1991 cuando por las salones de nuestro barrio comenzó a verse una recreativa basada en la irreverente vida de una familia americana que nos ha acompañado en la televisión a lo largo de toda una vida. Los Simpsons, un quinteto formado por Homer, Marge, Bart, Lisa y la pequeña Magie, nos trajeron la autentica realidad del la familia de clase media americana, caricaturizada hasta la excentricidad, convirtiendose rápidamente en un imparable fenómeno de masas y un icono de la cultura pop.
En los albores de tan exitoso desembarco en nuestras vidas, la por entonces ya admirada Konami se encargó de traducir al formato videojueguil las aventuras y desventuras de la familia de Springfield, a través de una recreativa que quedaría grabada a fuego en muchos de nuestros corazones. Seguramente no por su epicidad, tampoco por su estilo gráfico, mucho menos por lo complejo de su sistema jugable. The Simpsons nos encandiló, y nos sigue encandilando hoy día por lo tremendamente divertido de su propuesta y su puesta en escena, y más aún en aquella época, por la posibilidad de compartir nuestra experiencia con otros tres compañeros (la familia al completo), algo que pocos títulos se permitían por entonces.
La historia del juego gira en torno a un diamante robado por Waylon Smithers, en como por las casualidades del destino Springfiliano, Magie acaba usándolo como chupete y es raptada por el eterno secretario pelota del señor Burns. A partir de aquí, encarnando a cualquiera de los restantes miembros de la familia (o a todos ellos a la vez), nos embarcamos en un beat´em up clásico en el que inflar a mamporros a todo ser amarillo de cuatro dedos que se nos ponga por delante.
El esquema es muy sencillo: un botón de salto, otro de ataque y la posibilidad de ejecutar un ataque especial de forma ilimitada en una combinación de ambos. Fácil ¿verdad?... pues nada más lejos de la realidad, la desenfrenada carrera por rescatar a Magie a lo largo de las ocho fases repletas de detalle, referentes continuos a personajes y situaciones de la serie, enemigos, jefes finales y objetos especiales, nos harán sudar la gota gorda para acabar la aventura de una sola pieza, gracias a Dios esta vez sin dejarnos la paga en el intento.
Lo cierto es que el hecho de tratarse de una obra con veintiún años a sus espaldas, lo convierte en una reliquia gráfica e incluso jugable, pero precisamente su atractivo radica en nuestra capacidad para apreciarla como tal, para extraer todo el jugo de su propuesta, toda su diversión, el tributo que es a una de las series de nuestra vida. Y aún tratándose de un juego tan veterano, esta vez hemos de quitarnos el sombrero ante la conversión que se ha llevado a cabo, que no se conforma con rescatar el clásico sino que lo llena de contenido extra, como la posibilidad de experimentar diferentes niveles de dificultas (hasta cuatro), en el que uno de ellos nos propone la titánica tarea de terminar el juego con una sola vida (solo reservado a los auténticos maestros del mando.Posibilidad de ajustar la resolución de pantalla, filtros de renderizado para mejorar la calidad de imagen con respecto al original o galería de imágenes son algunos de los añadidos de la conversión, aunque la mención especial se la lleva la posibilidad de emular las míticas partidas de la recreativa con la capacidad de jugar online o en LAN a través de Xbox LIVE¡ o PSNetwork. La posibilidad de escuchar las voces originales de los personajes con Dan Castellaneda a la cabeza (un hito para la época), o de desbloquear la versión japonesa, son otros de sus alicientes.
En lo "negativo" solo huelga decir que es un juego de otra época, de tiempos pasados, con una propuesta firme hacia la diversión sin cortapisas, sin un sistema de juego complejo ni grandes alardes técnicos. Permitid en esta ocasión a este humilde servidor entrecomillar este aspecto. Si no lo viviste en su momento, probablemente no sea más que una aventura que terminar un par de veces con distintos personajes. Si en aquella maravillosa época del salón recreativo ya gozaste con él, volverás a sentirte como un niño justo después de deslizar la moneda por la ranura.
NOTA FINAL:
8/10